Con los años me he dado cuenta de lo difícil que es el amor… Por si fuera poco, vivimos un momento histórico extraño para amar… Por un lado rechazamos ya las imposiciones tradicionales y religiosas que conocieron nuestros abuelos ( decimos tranquila y abiertamente que el amor romántico ha muerto) , por otro no terminamos de sentirnos muy a gusto en plena edad digital del Tinder. Ambos “extremos” se nos hacen muy ajenos, tanto la fidelidad fanática como la promiscuidad fría y sin sentido. Los tiempos acelerados en los que vivimos además sólo hacen complicar más el asunto. Qué difícil es coincidir con alguien en un mismo momento vital… ¿Dónde vivir, qué hacer, y “no ahora no estoy para relaciones…” o el omnipresente “Ahora necesito tiempo para mi…”. Qué cantidad de estímulos recibimos también a lo largo del día, tentaciones. Qué diferente el cuerpo y rostro de mi amante con lo que veo constantemente en televisión, publicidad o redes sociales. De cerca todos somos un poco bizcos y tenemos esa cosita, ese granito, ese lunar, esa arruga mal colocada o ese gesto extraño que nos provoca tanto rechazo. “¿Habrá alguien mejor para mi ahí fuera?” Nos preguntamos (a veces ni siquiera conscientemente) , “No puede ser SOLO esto…”. Hemos llegado a un punto donde , y no es sólo en el amor, tomar cualquier decisión se convierte en una renuncia. Elegir estar con alguien se nos hace insoportable porque significa renunciar a estar con quien queramos. Elegir ese trabajo significa renunciar a este otro. Elegir esta ciudad, estos amigos, significa renunciar a esa otra posible vida. Pero aquí está la clave: la vida es un ejercicio constante de renuncia. En pleno neoliberalismo esto se nos vende como algo terrible: Recordad, sois libres porque tenéis opciones infinitas, porque podéis viajar y comprar lo que os de la gana, ir y venir sin dar explicaciones, que nadie nos quite eso! Pero es una farsa en la que todos vivimos metidos hasta las cejas. Vivir es renunciar a algo. Pero joder, qué renuncia tan bonita… Es lo que nos permite centrar la única moneda que tenemos , nuestro tiempo, en cosas concretas. Es lo que me permite profundizar en las cosas, aprender ese hobby que tanto me cuesta, conocer a esa persona, con su complejidad, sus miedos y sinsentidos… Es lo que me permite también estar presente, gestionar ese tiempo tan precioso con pocas cosas que sólo la vida dirá si merecieron la pena o no. Y sí, es difícil amar, pero nosotros lo hacemos mucho más difícil. La verdadera revolución es aceptar ese ejercicio de renuncia y hacerlo de manera presente, consciente. Ser feliz con lo que sea que decidas.